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La utopía de Duarte
El
forjador de la nacionalidad dominicana padeció todo tipo de
persecuciones, vejámenes y desconsideraciones, que en ocasiones también
tocaron a familiares, amigos y compañeros de ideal
Por Juan de la Cruz
Las utopías son los más bellos estandartes de los pueblos, ya que
sintetizan las ideas más avanzadas de cada época, que –aunque se vean
como irrealizables cuando son concebidas– tienen amplias posibilidades
de convertirse en realidad en condiciones materiales y sociales más
propicias.
En torno a cómo hacer realidad las utopías, el gran humanista
latinoamericano Pedro Henríquez Ureña expresa que “no es ilusión la
utopía, sino creer que los ideales se realizan sin esfuerzo y sin
sacrificio. Hay que trabajar”.
Algunas utopías son de carácter universal o regional, mientras que
otras se quedan exclusivamente en el plano local, como es el caso de la
utopía de Duarte que tiene una raigambre esencialmente nacional, ya que
de acuerdo con el apóstol cubano José Martí: “Las ideas, como los
árboles, han de venir de larga raíz y ser de suelo afín, para que
prendan y prosperen”.
Génesis de la utopía duartiana
El origen de la utopía de Duarte es necesario buscarlo en sus años de
adolescente, período en que comenzó a enjuiciar con ojos críticos la
dominación del país por parte del gobierno haitiano de Boyer.
Mas, ese sentimiento de descontento se acrecentó cuando Duarte tuvo la
posibilidad de estudiar y conocer de cerca los procesos norteamericano,
francés y español con los que tuvo contacto directo en su viaje por
esos países.
Esas experiencias le hicieron ver más claro que el país debía trillar
camino independiente, y separarse de Haití para no caer jamás bajo el
dominio de ninguna potencia extranjera. Por eso a su regreso, cuando
tuvo la primera oportunidad de manifestar su firme y decidida oposición
a la dominación haitiana, la aprovechó sin titubear.
Al enterarse Duarte de que José María Serra venía haciendo propaganda
contra el régimen haitiano, le buscó y se integró de manera decidida
con él en esa labor, pues veía en dicho acontecimiento la ocasión
propicia para empujar hacia delante su ideal: lograr la independencia
total y absoluta de la República Dominicana.
Desarrollo de la utopía
Tras desarrollar una labor propagandística por espacio de tres años
(1835-36-37) contra el Gobierno haitiano, junto a Serra, Duarte da
pasos efectivos para la realización de su utopía. Es entonces cuando
decide la formación de una organización clandestina para conducir la
lucha independentista nacional: la sociedad secreta La Trinitaria.
El ideal duartiano alcanzó características ampliamente populares a
través de la proyección pública del trabajo de La Trinitaria, por medio
de La Filantrópica, que bajo el manto de una sociedad cultural montaba
obras teatrales que despertaran el sentimiento nacionalista y crearan
una conciencia revolucionaria en la población de la parte oriental de
la isla de Santo Domingo.
Igualmente, Duarte y el padre Gaspar Hernández enseñaban Filosofía e
Idiomas a los jóvenes inquietos de la época, lo que les atrajo gran
simpatía y acrecentó su liderazgo entre la juventud.
Duarte llevaba a cabo todo esto con el propósito de superar la etapa
primaria de agitación que desarrolló de forma conjunta con Serra, ya
que según su tacto político: “Nada hacemos con estar excitando al
pueblo y conformarnos con esa disposición, sin hacerla servir para un
fin positivo, práctico y trascendental”.
En esa cita de 1838, año en que fundó La Trinitaria, teniendo apenas 25
años de edad, Duarte se revela como un hombre esencialmente práctico,
dispuesto a hacer realidad su utopía.
El Juramento Trinitario es alto revelador de que la utopía duartiana de
independencia absoluta quería dejar de ser la expresión del deseo de
una sola persona para convertirse en un anhelo colectivo. He aquí uno
de sus más aleccionadores pasajes: “Juro y prometo, por mi honor y mi
conciencia, en mano de nuestro presidente Juan Pablo Duarte, cooperar
con mi persona, vida y bienes a la separación definitiva del gobierno
para implantar una república libre, soberana e independiente de toda
nación extranjera, que se denominará República Dominicana, la cual
tendrá su pabellón tricolor, en cuartos encarnados y azules”.
La mayoría de los trinitarios cumplieron su juramento, exceptuando el
caso del traidor Felipe Alfáu, quien delató ante las autoridades
haitianas los propósitos del movimiento.
Hasta su exilio en 1843, Duarte se mantuvo trabajando arduamente en el
país, con tal de ver cristalizado su sueño. No obstante encontrarse en
el exterior, el patricio prosiguió su orientación y prédica a través de
las cartas que enviaba a sus compañeros de ideal. En su Proyecto de Ley
Fundamental (1844), Duarte recoge lo esencial de su utopía y la
denomina Ley Suprema del Pueblo Dominicano. A saber: “La Ley Suprema
del Pueblo Dominicano es y será siempre su existencia política como
Nación libre e independiente de toda dominación, protectorado,
intervención e influencia extranjera, cual la concibieron los
fundadores de nuestra asociación política al decir el 16 de julio de
1838, Dios, Patria y Libertad”.
En ese mismo proyecto de Constitución, Duarte esboza el carácter que
debe asumir todo gobierno dominicano verdaderamente nacionalista y
popular, de acuerdo a su utopía: “Puesto que el gobierno se establece
para bien general de la asociación y de los asociados, el de la nación
dominicana es y deberá ser siempre y antes de todo, propio y jamás ni
nunca de imposición extraña, bien sea ésta directa, indirecta, próxima
o remotamente; es y deberá ser siempre popular en cuanto a su origen;
electivo en cuanto al modo de organizarle; representativo en cuanto a
su esencia y responsable en cuanto a sus actos”.
Los gobiernos que se han instalado en el país luego de consumada la
independencia nacional, en su generalidad no han respondido a esos
principios fundamentales concebidos por Duarte; al contrario, han sido
esencialmente entreguistas y proimperialistas, antipopulares,
autoritarios y represivos; fraudulentos e ilegítimos,
antiparticipativos, antidemocráticos y corruptos hasta la saciedad.
Ante todos los esfuerzos realizados por los apátridas orientados a
hipotecar la soberanía nacional o vender el país al mejor postor, caben
las palabras inmortales del patricio mayor: “Nuestra patria ha de ser
libre e independiente de toda potencia extranjera o se hunde la isla”,
porque: “Vivir sin patria es lo mismo que vivir sin honor”.
Una alianza
El 27 de febrero de 1844, los trinitarios y algunos sectores
conservadores que se unieron a la causa separatista a última hora,
llevaron a cabo la acción independentista contra el gobierno haitiano,
lo que cristaliza, aunque de manera parcial, la utopía duartiana.
Decimos parcialmente, porque precisamente los sectores que se aliaron a
los trinitarios a última hora, encabezados por Tomás Bobadilla, Pedro
Santana y Buenaventura Báez, con el poder económico y militar en las
manos, se alzaron también con el poder político y mantuvieron en el
destierro a los verdaderos forjadores de la nacionalidad dominicana.
Consumada la separación y lograda la independencia nacional, Duarte fue
traído desde Curazao, tributándosele un recibimiento apoteósico por el
puerto de Santo Domingo, recibiendo desde entonces el título mayor del
país, Padre de la Patria Dominicana.
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